Es coherente que Gorki Águila -líder de la excelente y salvaje banda de rock cubano "Porno para Ricardo" (no marquen este enlace si no quieren ver, entre otras, representaciones pornográficas de la hoz y del martillo)- sea perseguido por la dictadura castrista mientras que Ernesto Cardenal -viejo sacerdote suspendido y poeta izquierdista- lo sea por el gobierno del sandinista Daniel Ortega.
Ambos molestan diciendo sus verdades. Y me temo que ambos están muy cerca de la verdad -la que nos hace a todos libres- en estos momentos, con el consiguiente riesgo para sus personas y allegados... (es curioso el tono y los términos con los que los castristas y los sandinistas insultan a Gorki y a Ernesto en la web: parecen comentaristas lectores de los artículos de Libertad Digital, y viceversa).
Inserto la menos pornográfica de las carátulas del grupo de Gorki, la de su primer CD "Pol tu culpa" (2001). En éste y en los siguientes CD's me recuerdan -y son más osados políticamente en sus letras- a los rockeros de los barrios madrileños del extrarradio de mi primera adolescencia. En alguna parte conservo el resguardo de la multa de un duro que me impuso la autoridad en el Parque del Oeste de Madrid por darnos un beso con achuchón una muchacha y servidor, ambos de 14 años, a finales de 1976.
Ambos molestan diciendo sus verdades. Y me temo que ambos están muy cerca de la verdad -la que nos hace a todos libres- en estos momentos, con el consiguiente riesgo para sus personas y allegados... (es curioso el tono y los términos con los que los castristas y los sandinistas insultan a Gorki y a Ernesto en la web: parecen comentaristas lectores de los artículos de Libertad Digital, y viceversa).
Inserto la menos pornográfica de las carátulas del grupo de Gorki, la de su primer CD "Pol tu culpa" (2001). En éste y en los siguientes CD's me recuerdan -y son más osados políticamente en sus letras- a los rockeros de los barrios madrileños del extrarradio de mi primera adolescencia. En alguna parte conservo el resguardo de la multa de un duro que me impuso la autoridad en el Parque del Oeste de Madrid por darnos un beso con achuchón una muchacha y servidor, ambos de 14 años, a finales de 1976.
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