7/15/2007

El renacer de Rusia

“El abuelo de Putin había trabajado como cocinero para Lenin y Stalin. El presidente Putin era reacio a oír hablar de los abusos de poder en las décadas de los treinta y los cuarenta; en cambio, deseaba elogiar los logros del estado soviético en esos años. La ‘denigración’ del pasado volvió a estar mal vista. Putin, en un gesto simbólico, repuso el viejo himno nacional de la URSS, si bien con una letra distinta. Habló con cariño de los inicios de su carrera en la KGB , el órgano sucesor de la policía de seguridad de Stalin. Putin no tenía la intención de rehabilitar a Stalin, sino más bien afirmar la continuidad que liga al Imperio con la Unión Soviética y la Federación Rusa…. Mientras habían durado las denuncias póstumas (contra Stalin), había sido una fuerza viva en la política de Moscú. Después sufrió la ignominia de la indiferencia oficial”.

Robert Service trazaba en 2004 su apreciación sobre Putin en su magna Stalin. Una biografía (Madrid: Siglo XXI: 2006; pgs. 595 y 596).

A nadie sorprende que Putin dictara ayer la denuncia del Tratado de Fuerzas Armadas Convencionales para Europa por parte de Rusia.

Casi veinte años de reconstrucción del orgullo y del poder nacional ruso tras la implosión de la Unión Soviética, en una democracia formal pero para nada liberal, han facilitado este acto de reafirmación respecto de los hechos vividos como humillaciones desde la conferencia de Reijiavik entre Reagan y Gorbachov.

Rusia se une así a las potencias que, como China continental e Irán, han explotado el “empantanamiento estratégico” en el que ha degenerado el empeño estadounidense en Irak. Probablemente, nadie estará más contento con la decisión de Putin que los medios “neo-con” encantados siempre de mezclar cultura occidental con el poder de hacer carnicerías -Hanson y Montaner, profetas-, deudores de la concepción industrial de la guerra que se benefició del equilibrio del terror durante la guerra fría y el parejo dolce far niente a la hora de pensar y de vivir.

Pero la situación respecto de 1991 para Occidente ha empeorado aunque la afluencia a los resorts estivales señalen la apariencia de lo contrario.

Putin podrá ejercer de cara a los europeos occidentales un papel garantista y comprensivo frente a lo que se presenta como ukases estadounidenses en el seno de la OTAN. La dependencia de Centroeuropa respecto de los suministros energéticos rusos facilitaran esa tarea en el seno de la Unión Europea. Putin podrá exhibir su política de “encapsulación” del terrorismo islamista, generado o no en Chechenia, como una alternativa ventajosa frente al desastroso idealismo de los bushitas en EE.UU. y de sus terminales europeas, en España la cabila de los aznaríes.

De momento, resultará muy aventurado impulsar la independencia del Kosovo, culminación lógica de la política centroeuropea de ruptura de facto de los acuerdos de Helsinki de 1975 que siguió a la implosión de la URSS iniciada con el reconocimiento unilateral de la independencia de Croacia por parte de Alemania y de la Santa Sede.

La Iglesia Católica, recuperadas para la fe Polonia, Croacia, Eslovaquia y aún Lituania, deberá olvidarse de la atisbada conversión de Rusia, dado que hoy Rusia es más ortodoxa que nunca antes de 1905. No sólo en Europa se notarán los efectos de este anunciado renacer de Rusia: las llamadas potencias árabes moderadas recuperarán en algunos casos y, en otros, caso de Arabia Saudita, adquirirán un interlocutor más comprensivo respecto de sus intereses que el necesario pero despreciado amigo americano.

Lo que de momento queda confirmado es que la élite de poder rusa generada a partir de 1917 salió reforzada tras la crisis de cambio de régimen de hace quince años.

Pero tal vez sea el renacimiento de Rusia bajo el control de los nietos nacidos tras la alianza ortodoxo-comunista durante la Gran Guerra Patriótica resulte un sueño.

Un sueño similar, aunque de mayor escala y riesgo para el orbe, al que las huestes aznaríes –nietas de la alianza católico-falangista de la Guerra de Liberación Nacional que reclaman que Franco, como estos otros Stalin y aquellos Hitler o Tiso, permanezca en la indiferencia oficial- cocinaron al plantear la llamada segunda transición, origen de los actuales problemas constitucionales de España, pese a toda apariencia de fortaleza y firmeza… Y es que, como Zarzalejos afirma por su parte hoy en ABC, citando a Ortega (y Gasset, no Amancio): "el pasado es por esencia revenant. Si se le echa, vuelve, vuelve irremediablemente. Por eso, su auténtica separación es no echarlo. Contar con él. Comportarse en vista de él para sortearlo, para evitarlo. En suma, vivir a la altura de los tiempos con hiperestésica conciencia de la coyuntura histórica".

Como da a concluir Ralf Dahrendorf, la Historia siempre recomienza tras las aparentes calmas estivales…

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