Antonio Montero, uno de los historiadores de la Iglesia Católica más reconocidos que hay en España, publica en ABC Los mártires de la guerra y su memoria histórica.
Montero establece con rigor que "las beatificaciones no pueden ser respuesta a la Memoria Histórica establecida por el Gobierno para el LXX aniversario de la contienda, siendo así que las primeras celebraciones de esta índole se han efectuado desde 1982, y que sus expedientes se desarrollan por decenios", recordando el perdón pedido por Juan Pablo II por todas las matanzas cometidas en el nombre de Dios y de la Iglesia Católica durante el Jubileo de 2000.
Establece, también bucando servir a la verdad, que las "víctimas constituyen el patrimonio moral de un régimen democrático y una cultura cristiana, que guardan en su memoria estremecida el holocausto nazi y el Gulag soviético, los bombardeos de Dresde o de Guernica, las Torres gemelas y, retornando a nuestro asunto, la guerra incivil de los años treinta".
Con exactitud, como católico, señala que "fijamos los ojos con Juan Pablo II en el atormentado siglo XX, como un auténtico siglo de mártires. Él constituyó, durante el Jubileo, una Comisión para los nuevos mártires, que ha localizado un fichero de más de 5.000 seguidores de Cristo que murieron por serlo en toda la redondez del planeta, y abren las puertas a un nuevo e impresionante Santoral.// Así lo justifican la persecución religiosa de Méjico, el aplastamiento de la Iglesia en los imperios soviético y chino, las dictaduras de Centro y Sudamérica y las del mundo afroasiático, junto a los fundamentalismos islámicos. Y, en suma, los 30 países reseñados por Encarna González en el libro de referencia, donde prolifera una hostilidad solapada o abierta hacia el mundo cristiano".
Pero la necesaria generalización oculta -no por voluntad de D. Antonio- un hecho fundamental que conviene apostillar, dado que puede reproducirse.
Las persecuciones comunistas y asimiladas al dominio soviético llevaron a la Iglesia Católica al límite su tolerancia. De hecho, la persecución de la grey católica por los comunistas era la misma que estos ejercían respecto de otras confesiones religiosas y sobre cualquier disidencia respecto de su doctrina oficial, cierta o imaginada por los chequistas.
El límite de tolerancia católica hecho público respecto de los nazis fue la carta encíclica Mit brennender sorge, emitida originalmente en alemán y no en latín, para mayor claridad, el 14 de marzo de 1937. Carta encíclica que, dicho sea de paso, fue ocultada por las autoridades seglares del bando franquista durante meses y que fue difundida, contra su opinión, por algunos valientes obispos españoles antes de que finalmente se levantara la prohibición civil a su difusión establecida por Salamanca/Burgos, tal como tiene demostrado Alfonso Álvarez Bolado, SJ en su magno Para la ganar la guerra, para ganar la paz. Iglesia y guerra civil 1936-1939. (Madrid: Universidad Pontificia de Comillas:1995).
Pero, temiendo por la suerte de los católicos alemanes y, por extensión, de los católicos en Europa, la Santa Sede no fue más allá. La nonnata encíclica Humani Generis Unitas, de 1938-39, no presentaba ya una viva preocupación sino una decidida condena y voluntad de enfrentamiento en defensa de la verdad hacia los nazis. El bello y a la vez doloroso análisis de Georges Passelecq y Bernard Suchecky Un silencio de la Iglesia frente al fascismo. La encíclica de Pío XI que Pío XII no publicó, (Madrid: PPC: 1997), da cuenta de aquel episodio y da pistas sobre las dramáticas consecuencias que llegan hasta hoy.
Personalmente creo que se consintió por la vía de los hechos, buscando salvar a la grey católica de persecución y muerte ciertas, "el menor de los males". La expresión comunista de la Bestia podía ser controlada por la expresión nazi de la misma Bestia, a la que a su vez se tenía miedo pues su cercanía en la Europa Central y Occidental era más potente y eficiente en sus criminales empeños que la comunista con sede en Rusia.
Montero no debe olvidar que la criminal planificación soviética del Gulag hacia 1938-1939 no tenía como objetivo fundamental la liquidación en masa de grupos de población concretos, mientras que ya en esas fechas todo indicaba que la criminal planificación nazi del Stalag contenía esa posibilidad. Para cuando, en enero de 1942, la conferencia de Wansee estableció el programa industrial para el genocidio, las acciones nazis en la católica Polonia em 1940 o en las abundantemente habitadas por católicos Ucrania y Lituania en 1941 hubieran podido impelir, superando el miedo y sobre todo la falacia moral de "el menor de los males", a establecer una pública y universal condena del nazismo desde la Apostólica Sede
Pero no sucedió así.
Desde este minarete personal se podría señalar como la influencia nazi llevó al fascismo italiano a establecer leyes raciales ya en 1938, leyes que dañaban el concordato firmado por la Santa Sede y el régimen de Mussolinni producida la Conciliación Lateranense. Y podría aportar muchos más datos, en una controversia que podría ser interminable.
Pero para cerrar estas apostillas de hoy no me resisto a señalar que, hasta donde me es posible estar documentado, el bombardeo incendiario de Dresde iniciado la noche del 13 al 14 de febrero de 1945 -ya en curso la Conferencia de Yalta- tiene su lógica continuación en los bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto siguiente. La lógica, terrible en todo caso, señala que ambas decisiones tuvieron en cuenta que las expresiones nazi y japonesa de la Bestia estaban ya dominadas y agonizantes, a la vista de todos y, especialmente, de las fuerzas que servían a la expresión comunista de la misma Bestia, a 160 kms en línea recta de Dresde en las llanuras en febrero y acumulándose en Mongolia Kamchatka sobre la frontera manchú y china en agosto, tras la Conferencia de Postdam de julio...
La Bestia, en su expresión comunista, fue contenida en el momento más álgido de su poder. La política de contención y minado de la misma conducida durante los posteriores cuarenta años tuvo a la postre éxito.
Pero como bien sabe de seguro Antonio Montero, la Bestia sigue suelta, bajo viejas y nuevas expresiones.
Algunas muy propias y evidentes en España, como ETA.
A veces, me temo que al igual que en aquellos años cruciales -de crucifixión de tantos inocentes-, aflorando muy cerca, demasiado cerca, de la Silla de Pedro.
Frente a ello, no me resisto a transcribir la parte final de un manuscrito del propio Pío XI redactado con motivo, en 1939, del décimo aniversario de la Conciliación Lateranense, leído y anotado por Juan XXIII en 1959, como documentan Passelecq y Suchecky en las páginas 178 a 180 del libro citado. Bajo clara interpretación del libro del profeta Ezequiel, en su capítulo XXXVII, escribía Pío XI para leerlo en la Basílica de San Pedro lo siguiente:
"Profetizad, osamentas queridas y veneradas, la venida o la vuelta a la religión de Cristo de todos los pueblos, de todas las naciones, de todas las razas, todas unidas y hechas consanguíneas en el vínculo común de la gran familia humana. Profetizad, en fin, osamentas de los apóstoles, el orden, la tranquilidad, la paz, la paz para todo este mundo que, aunque parece habitado por una locura de homicidio y del suicidio de las armas, quiere la paz a toda costa y, con Nosotros, la implora del Dios de la paz y confía en obtenerla".
La muerte, siempre servidora de la Bestia, impidió a Pío XI pronunciar ese discurso y, estoy casi seguro, anunciar el verdadero sentido de la paz a través de la nonnata encíclica Humani Generis Unitas. Las expresiones comunista y nazi de la Bestia no tardarían en pactar, en agosto de 1939, reforzándose mutuamente un tiempo que resultó fatal para millones de seres humanos.
Y así, creo que de forma coherente con lo aquí apuntado, repito que es necesario establecer que Contra ETA, a De Juana como a Hess.
Montero establece con rigor que "las beatificaciones no pueden ser respuesta a la Memoria Histórica establecida por el Gobierno para el LXX aniversario de la contienda, siendo así que las primeras celebraciones de esta índole se han efectuado desde 1982, y que sus expedientes se desarrollan por decenios", recordando el perdón pedido por Juan Pablo II por todas las matanzas cometidas en el nombre de Dios y de la Iglesia Católica durante el Jubileo de 2000.
Establece, también bucando servir a la verdad, que las "víctimas constituyen el patrimonio moral de un régimen democrático y una cultura cristiana, que guardan en su memoria estremecida el holocausto nazi y el Gulag soviético, los bombardeos de Dresde o de Guernica, las Torres gemelas y, retornando a nuestro asunto, la guerra incivil de los años treinta".
Con exactitud, como católico, señala que "fijamos los ojos con Juan Pablo II en el atormentado siglo XX, como un auténtico siglo de mártires. Él constituyó, durante el Jubileo, una Comisión para los nuevos mártires, que ha localizado un fichero de más de 5.000 seguidores de Cristo que murieron por serlo en toda la redondez del planeta, y abren las puertas a un nuevo e impresionante Santoral.// Así lo justifican la persecución religiosa de Méjico, el aplastamiento de la Iglesia en los imperios soviético y chino, las dictaduras de Centro y Sudamérica y las del mundo afroasiático, junto a los fundamentalismos islámicos. Y, en suma, los 30 países reseñados por Encarna González en el libro de referencia, donde prolifera una hostilidad solapada o abierta hacia el mundo cristiano".
Pero la necesaria generalización oculta -no por voluntad de D. Antonio- un hecho fundamental que conviene apostillar, dado que puede reproducirse.
Las persecuciones comunistas y asimiladas al dominio soviético llevaron a la Iglesia Católica al límite su tolerancia. De hecho, la persecución de la grey católica por los comunistas era la misma que estos ejercían respecto de otras confesiones religiosas y sobre cualquier disidencia respecto de su doctrina oficial, cierta o imaginada por los chequistas.
El límite de tolerancia católica hecho público respecto de los nazis fue la carta encíclica Mit brennender sorge, emitida originalmente en alemán y no en latín, para mayor claridad, el 14 de marzo de 1937. Carta encíclica que, dicho sea de paso, fue ocultada por las autoridades seglares del bando franquista durante meses y que fue difundida, contra su opinión, por algunos valientes obispos españoles antes de que finalmente se levantara la prohibición civil a su difusión establecida por Salamanca/Burgos, tal como tiene demostrado Alfonso Álvarez Bolado, SJ en su magno Para la ganar la guerra, para ganar la paz. Iglesia y guerra civil 1936-1939. (Madrid: Universidad Pontificia de Comillas:1995).
Pero, temiendo por la suerte de los católicos alemanes y, por extensión, de los católicos en Europa, la Santa Sede no fue más allá. La nonnata encíclica Humani Generis Unitas, de 1938-39, no presentaba ya una viva preocupación sino una decidida condena y voluntad de enfrentamiento en defensa de la verdad hacia los nazis. El bello y a la vez doloroso análisis de Georges Passelecq y Bernard Suchecky Un silencio de la Iglesia frente al fascismo. La encíclica de Pío XI que Pío XII no publicó, (Madrid: PPC: 1997), da cuenta de aquel episodio y da pistas sobre las dramáticas consecuencias que llegan hasta hoy.
Personalmente creo que se consintió por la vía de los hechos, buscando salvar a la grey católica de persecución y muerte ciertas, "el menor de los males". La expresión comunista de la Bestia podía ser controlada por la expresión nazi de la misma Bestia, a la que a su vez se tenía miedo pues su cercanía en la Europa Central y Occidental era más potente y eficiente en sus criminales empeños que la comunista con sede en Rusia.
Montero no debe olvidar que la criminal planificación soviética del Gulag hacia 1938-1939 no tenía como objetivo fundamental la liquidación en masa de grupos de población concretos, mientras que ya en esas fechas todo indicaba que la criminal planificación nazi del Stalag contenía esa posibilidad. Para cuando, en enero de 1942, la conferencia de Wansee estableció el programa industrial para el genocidio, las acciones nazis en la católica Polonia em 1940 o en las abundantemente habitadas por católicos Ucrania y Lituania en 1941 hubieran podido impelir, superando el miedo y sobre todo la falacia moral de "el menor de los males", a establecer una pública y universal condena del nazismo desde la Apostólica Sede
Pero no sucedió así.
Desde este minarete personal se podría señalar como la influencia nazi llevó al fascismo italiano a establecer leyes raciales ya en 1938, leyes que dañaban el concordato firmado por la Santa Sede y el régimen de Mussolinni producida la Conciliación Lateranense. Y podría aportar muchos más datos, en una controversia que podría ser interminable.
Pero para cerrar estas apostillas de hoy no me resisto a señalar que, hasta donde me es posible estar documentado, el bombardeo incendiario de Dresde iniciado la noche del 13 al 14 de febrero de 1945 -ya en curso la Conferencia de Yalta- tiene su lógica continuación en los bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto siguiente. La lógica, terrible en todo caso, señala que ambas decisiones tuvieron en cuenta que las expresiones nazi y japonesa de la Bestia estaban ya dominadas y agonizantes, a la vista de todos y, especialmente, de las fuerzas que servían a la expresión comunista de la misma Bestia, a 160 kms en línea recta de Dresde en las llanuras en febrero y acumulándose en Mongolia Kamchatka sobre la frontera manchú y china en agosto, tras la Conferencia de Postdam de julio...
La Bestia, en su expresión comunista, fue contenida en el momento más álgido de su poder. La política de contención y minado de la misma conducida durante los posteriores cuarenta años tuvo a la postre éxito.
Pero como bien sabe de seguro Antonio Montero, la Bestia sigue suelta, bajo viejas y nuevas expresiones.
Algunas muy propias y evidentes en España, como ETA.
A veces, me temo que al igual que en aquellos años cruciales -de crucifixión de tantos inocentes-, aflorando muy cerca, demasiado cerca, de la Silla de Pedro.
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Frente a ello, no me resisto a transcribir la parte final de un manuscrito del propio Pío XI redactado con motivo, en 1939, del décimo aniversario de la Conciliación Lateranense, leído y anotado por Juan XXIII en 1959, como documentan Passelecq y Suchecky en las páginas 178 a 180 del libro citado. Bajo clara interpretación del libro del profeta Ezequiel, en su capítulo XXXVII, escribía Pío XI para leerlo en la Basílica de San Pedro lo siguiente:
"Profetizad, osamentas queridas y veneradas, la venida o la vuelta a la religión de Cristo de todos los pueblos, de todas las naciones, de todas las razas, todas unidas y hechas consanguíneas en el vínculo común de la gran familia humana. Profetizad, en fin, osamentas de los apóstoles, el orden, la tranquilidad, la paz, la paz para todo este mundo que, aunque parece habitado por una locura de homicidio y del suicidio de las armas, quiere la paz a toda costa y, con Nosotros, la implora del Dios de la paz y confía en obtenerla".
La muerte, siempre servidora de la Bestia, impidió a Pío XI pronunciar ese discurso y, estoy casi seguro, anunciar el verdadero sentido de la paz a través de la nonnata encíclica Humani Generis Unitas. Las expresiones comunista y nazi de la Bestia no tardarían en pactar, en agosto de 1939, reforzándose mutuamente un tiempo que resultó fatal para millones de seres humanos.
Y así, creo que de forma coherente con lo aquí apuntado, repito que es necesario establecer que Contra ETA, a De Juana como a Hess.
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