Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
tú sonríes con plomo en las entrañas.
Madrid, 7 de noviembre de 1936
Sé bien que D. Antonio estaba desgarrado aquellos días, y los que siguieron, tal vez "deslumbrado" por la juventud de algunos pistoleros que, hasta el final de sus días -los de ellos-, sirvieron a Stalin. Sé, porque la leí, la carta que envió en 1938, a cierto general, "feo, católico y sentimental", patriota más allá del deber. La hija menor del dicho general se llama Dolores; no por causualidad: lo fue en honor de Nuestra Señora de los Dolores. El general no permitió, hasta donde pudo, los asesinatos de los otros y, sobre todo, de los suyos.
De D. Antonio, cristiano de la vieja Ley, me pregunto -pese a que lo negara el hoy ya viejo pero no gaga Guerra; lo de la Marsillach, qué punto (yo siempre amaré de lejos a Cristina)- si aceptaría hoy que le invitase a un vino, en "mis" Cuatro Caminos -aires de Segovia- Estación del AVE-Guiomar- glorieta hermosa de "mi" Madrid, hoy llena de "indiada" y "morisma", "sangre de Hispania fecunda / ínclitas razas ubérrimas".
Mis hijos mayores, adolescentes, faltos de respeto por falta de "conocimiento holístico"- al monumento dedicado por Madrid a su memoria, le llaman "El cabezón".
Mis hijos mayores, adolescentes, faltos de respeto por falta de "conocimiento holístico"- al monumento dedicado por Madrid a su memoria, le llaman "El cabezón".
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