1/05/2008

El Dakar, el fin de un mundo


Una expedición de observación antropológica por la nocturna ruta del Miguel Ángel y de la nueva Fontana de Oro la noche de viernes a sábado en Madrid deja, como estaba previsto, limpia la cartera del efectivo portado a su inicio.

También, de paso, prepara mente y alma para comentar, no ya la crísis de la familia tradicional o los fáciles accesos a la banalidad de mal, sino la suspensión del Dakar.

Se aduce para justificar tal suspensión la existencia de la amenaza terrorista de Al Qaeda y sus franquicias en Mauritania. Como si esta no fuera evidente, en todo el orbe, desde los atentados ejecutados en Nueva York, Casablanca, Bali, Madrid, Londres o Argel. No por ello, la gente deja de acudir a las oficinas y a los comercios en tren o en vehículo automóvil urbano...

Gestionado por esa ONG de evidente ánimo de lucro que es Amaury Sport Organisation, el Dakar había sido desde 1977 expresión del éxito de Occidente, de Europa y, especialmente, de la República Francesa en la reconfiguración de los espacios africanos de la francofonía - oh, inmortal Léopold Sédar Senghor- tras los procelosos procesos de descolonización en los increíbles años 60.

Hoy, los lloros sobre la pérdida de la ayuda humanitaria que la Dakar dejaba a su paso -similar a la del ropero para pobres de las abuelas de las palomitas ya creciditas y de los no tan jóvenes gavilanes de la nocturna ruta madrileña anotada- causan estupor: léan ABC y, también, El País al respecto.

Lo triste del asunto Dakar es que su suspensión refleja la incapacidad de Occidente, de Europa y, ¡ay!, de la República Francesa para afrontar inteligente e integralmente el reto del terrorismo islámista dentro y fuera de sus fronteras físicas.

Los supuestos aventureros del Dakar se han retirado cobardemente. En su orgullo y soberbia han ignorado demasiadas cosas persiguiendo lograr su placer y beneficio. Más vale que se dediquen, humildemente, a frecuentar rutas como la madrileña nocturna referida: al menos, además de ser más baratas, tienen más sinceridad dentro de su evidente cinismo.

A diferencia de estos, como muestra la foto, sus abuelos de los raids de Citroën-Kégresse sabían defenderse personalmente, sin delegar en otros, sin dejar que fueran otros los que corrieran el riesgo de morir -o de perderse- en su lugar.

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