Acabo de regresar del Hospital Central de la Defensa "General Gómez Ulla", sito en los Carabancheles de Madrid.
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Entré en esas instalaciones con conocimiento de la muerte en acto de servicio en Afganistán de la soldado Idoia Rodríguez Buján, de 23 años de edad e hija única. También, que dos de sus compañeros habían sido heridos de gravedad cuando los tres operaban un Blindado Medio sobre Ruedas en versión de ambulancia volado con una potente mina preparada al efecto.
Su historia particular se asemeja a la de tantas personas, nacidas o no en España, que han sido víctimas de actos criminales de terrorismo fuera o dentro de nuestro territorio por el mero hecho de vivir en clave española.
Tiene, por otra parte, algunas características propias que el pudor político no me permite revelar publicamente... pero que mis amigos combatientes en ambos Hemisferios ya conocen a estas horas.
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Mi estancia en el "Gómez Ulla" tiene que ver con el último -y desgraciado- acto en la vida de un mujer muy valiente, ya senil.
Su padre fue asesinado bajo el terror de las chekas en el Madrid de la guerra civil. Como mártir de la Cruzada, está enterrado en el Valle de los Caídos. Esa mujer, ya huérfana con 17 años, casó por poderes con un súbdito extranjero obteniendo para si y para su madre y hermana carta de naturaleza con la que huir de esa ciudad sitiada interior y exteriormente.
Jamás conoció a su marido, que lo fue a cambio de dinero, viviendo hasta hoy como soltera, hombre y mujer de su casa, atendiendo a su madre y, hasta que aquella se casó, a su hermana.
Acostumbrada a vivir sóla y por su cuenta, hoy padece síndrome de Diógenes. Nunca habló mucho, pero sabe muy bien quién denunció a su padre...
Yo también lo sé como sé que la persona responsable está muerta desde hace decenios. Pero hoy he podido comprobar que su mala entraña perdura en otros.
También he podido comprobar cómo un médico militar española ha actuado con enorme profesionalidad y humanidad hasta el límite de sus facultades sin saber ni preguntar quién pedía, y por qué, ayuda para esa mujer: que el Dios en él que cree le bendiga, a él y a su familia.
Sobre la guerra civil española me sé casi todos los cuentos. Sobre la vida y las personas decentes de dignifican la condición humana, sé, también, algunas, pocas pero indiscutibles verdades.
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Tampoco hablaré mucho, pero lo que sé me obliga a estar al lado de estas dos combatientes por la vida, cuyas vidas y muertes marcan la mía.
Y, también, a estar al lado de otros combatientes, los conozca o no, aunque sólo sea de pie ante mi ordenador en un sótano sin ventanas como hago desde hace ya seis años.
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Esta tarde tenemos asamblea general de la Asociación Atlántica española.
A servidor, ante ese pequeño acto mundano, sólo le preocupa saber contribuir a garantizar la seguridad de los combatientes que, con las suyas, protegen vidas en el frente discontínuo de las guerras irregulares e híbridas que nos han sido declaradas en ambos Hemisferios.
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