1/28/2007

Una 'guerra asimétrica' en la memoria: Malvinas

Cementerio Militar Argentino en las Islas Malvinas

235 tumbas

Muchas cruces rezan: Un soldado Argentino sólo conocido por Dios

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Debió de ser el mismo viernes 2 de abril de 1982, como muy tarde el lunes siguiente, día 5. Mi condiscípulo R.A.M. -hoy editor principal en empresa planetaria- apostaba una cena por que Argentina ganaría la partida; servidor, más por intuición que por conocimiento o análisis, apostó por que los británicos volverían en fuerza a Malvinas y a Georgia del Sur. La cena sigue, y seguirá, pendiente: hay cadáveres de por medio.

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Meses o años después, no he sido capaz de localizar el texto publicado creo que en El País, el ingeniero y novelista Juan Benet explicaba el carácter asimétrico de aquella guerra, más o menos en los siguientes términos.

1. El Reino Unido hubiera podido terminar a lo bruto el conflicto bastando con arrojar una bomba nuclear sobre Buenos Aires. Evidentemente, el Reino Unido ni se planteó la posibilidad, y

2. Usando de su potencial -no sólo militar-, el Reino Unido planteó una campaña "clásica" de acción limitada, punitiva y de recuperación del territorio, como en los viejos tiempos. Fue la última campaña imperial contra un adversario osado pero mal preparado, valiente pero mal dirigido, asistido por muchas y buenas razones, pero débil a la hora de afrontar un enfrentamiento abierto, no contra una fuerza expedicionaria nominalmente superior, sino contra una nación realmente unida y segura liderada democráticamente.

El hecho cierto es que todas las guerras han sido y son asimétricas. En la línea de lo memorizado del magisterio de Benet, ni siquiera la Primera Guerra Mundial conoció simetría. Francia, el Reino Unido y EE.UU. tenían al principio y desarrollaron hasta el Armisticio un sistema de conducción estratégica cooperativa bajo control político civil de las operaciones militares más eficiente que el de sus propios aliado y, sobre todo, adversarios que fiaban más en las capacidades de sus Estados Mayores, casi siempre protegidos por los titulares de las coronas. Como resultado, los Imperios Centrales, el Otomano y el Ruso no resistieron el desgaste bélico.

Libre en apariencia de los efectos de aquella Gran Guerra, y por los mismos motivos que las potencias en la que era preeminente y activa la figura política del rey-soldado, la España de la Restauración tampoco resistió el desgaste de la Guerra de Marruecos (1906-1927). En septiembre de 1923, bajo el síndrome de Annual y el miedo a la revolución social y territorial en el interior, el sistema político de la Restauración se vino abajo y, con él, pese al aparente exito del cirujano de hierro que encubría el gentilhombre jerezano Primo de Rivera durante toda la Dictadura (1923-1929), la Monarquía.

Y, en una historia nacional paralela a aquella, aplicando más alla de las biografías personales el método de Plutarco, Argentina conoció similar situación. El aparente exito en su sucia guerra interior por parte de las Juntas Militares argentinas las llevó a declarar una guerra exterior para explotar y consolidar sus logros.

Hoy, en la Argentina siguen pesando mucho aquellos sucesivos atropellos a la razón.

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Videla, presidente de la primera Junta Militar argentina recibió, a poco de tomar ésta el poder conquistando el Estado, a una comisión de intelectuales argentinos para explicarles el programa. Entre estos estuvo Borges quien, más ciego que nunca después lo estuviera, a la salida declaró que la Argentina tenia por fin un gobierno de caballeros.

En aquella reunión, todo hay que decirlo, sólo el padre Castellani, S.J., precisamente el más ardiente y comprometido anti-bolche de los presentes, ultramontano como ni siquiera monseñor Guerra Campos en España lo fuera, nada asustadizo a la hora de legitimar el empleo de la violencia contra el Mal tal cual él lo tenía identificado, miró de frente a los ojos fríos de Videla y le preguntó por alguien.

El padre Castellani, S.J., no obtuvo respuesta. Aquel alguien, creo, sigue desaparecido...

Tengo para mí que, de entre los partícipes en aquella reunión, sólo el padre Castellani, S.J., merece estar a la vera de Dios contemplando su rostro.

Bendita sea su memoria

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P.S. Aunque no lo parezca, veo mucha relación con todo lo anterior en el artículo Curas, publicado por Jon Juaristi hoy en ABC

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