Lo que diferencia a Occidente en esencia del resto de civilizaciones, a la postre, es una única característica: el rechazo radical a los sacrificios humanos rituales.
Ya desde Génesis-22, el relato del sacrificio de Isaac, prueba impuesta por El a Abraham marca esa norma, incluso anterior a los Diez Mandamientos.
Quien tenga la oportunidad de ver el valle de Qidron, que separa el Monte de los Olivos y el Monte del Templo arrancando desde el Monte de Moriah, donde se localizó el episodio del sacrificio de Isaac, deberá recordar para siempre que ese valle era el lugar donde se cometían los sacrificios rituales vinculados al culto a Baal, contra los que lucharon todos y cada uno de los profetas y justos de Israel, aunque persistan entradas que buscan inducir la creencia en lo contrario.
Cartago inmoló a sus hijos cumpliendo ese culto, pero ello no le evitó la destrucción por parte de Roma. Poco más de dos mil años después, Hitler acariciando a niños prestos a ser inmolados contra toda razón en el Berlín asediado reeditaba, ante las cámaras de cine, aquel lejano pasado.
Antes, en Indias, Corteses y Pizarros acabaron con esas prácticas homicidas (Codex Magliabechiano) entre Aztecas e Incas, hecho que muchos ignoran, cabe sospechar que dolosamente, como lo hace hoy el colorín dominical de la etarra Gara, empeñado en vincularse con los indigenismos que proliferan otra vez en la América.
Hoy, todavía, el torito guapo, imagen simbólica de Baal, sigue siendo exhibido por gentes que ignoran toda raíz, todo pasado, incluido el origen comercial de la actual imagen...
Y la matanza de inocentes, el suicidio homicida, el empleo de escudos humanos, hechos ritualizados ante las cámaras de televisión, propios del duradero culto a Baal Moloch, son todavía comprendidos por demasiadas 'buenas personas'...
La lucha continúa.
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