Tal vez no sea posible adoptar otro modo de hacer las cosas. Los ejércitos de las sociedades industrializadas confían en la potencia de fuego y la movilidad para disuadir y, llegado el caso, vencer a sus adversarios. Toda su estructura operativa y burocrática, su doctrina y mentalidad está dirigida a ese fin.
Los comerciales del armamento altamente tecnificado y de las teorías sobre la guerra son muy cuidadosos en no romper ese espejo. Cuando el helicóptero estuvo suficientemente desarrollado, su venta masiva a los ministerios de Defensa se facilitó al encajar sus procedimientos de empleo en la doctrina preestablecida; cuando aparecieron las fuerzas especiales, se fijó su cometido como auxiliar de las fuerzas principales, en el mejor de los casos, con capacidades de dirección de tiro y comunicaciones más sofisticadas que éstas.
Ante el adversario elusivo que plantea el conflicto usando a su favor la asimetría en los medios, la reacción ha sido siempre la misma, mucho antes que Mao lanzara los cacareados principios de la guerra revolucionaria. Los teóricos de la guerra de cuarta generación mitifican las aparentes novedades que plantean los adversarios irregulares para, en un hale hop mental, plantear como novedoso el incidir en más de lo mismo.
Se montan campamentos, más o menos fortificados, siempre con voluntad de permanencia, mostrando la bandera, buscando atraer la atención del adversario. Se cuenta con fuerzas pesadas de maniobra y de fuego para batir a los elementos hostíles que se detecten a distancia. No importan que los campamentos consuman grandes recursos logísticos: "será por dinero".
Se patrullan las líneas exteriores de los campamentos pero no se convive con la población de los asentamientos civiles cercanos. Se sufren emboscadas, pero se considera que éstas son inevitables y sus consecuencias negativas limitadas por una enérgica reacción contraofensiva: "todo está en el libro". El campamento es hostilizado de mil modos... pero la rutina establecida dentro de él, ¡recuerda tanto a la de casa!.
Un día se abate sobre la guarnición, pues de eso se trata, el ataque. Son miles de negros abisinios o moros rifeños, como en Adua o en Monte Arruit... es un camión bomba en los compounds de los marines y de legionnaires en Beirut. La sorpresa, el desastre y las invevitables consecuencias políticas, con cruce de acusaciones y búsqueda de cabezas de turco entre los subordinados para eludir las responsabilidades...
Elusión y asimetría son constantes en las guerras abiertas y en las encubiertas desde que hay escritos: tómese el ejemplo bíblico de Gedeón, recogido en el Libro de los Jueces, capítulos 6, 7 y 8. Reduciendo sus efectivos de 32.000 combatientes a 300, Gedeón pudo tomar por sorpresa el campamento de los madianitas, dispersándolos.
Después llegó Alejandro, discípulo de Aristóteles. Pese a lo reflejado en las malas películas, sus victorias no fueron logradas en las grandes batallas sino en la administración de las paces... Roma aprendió.
En el siglo XX, el general Sir Gerald Templer en Malasia sumó todas las capacidades civiles y militares para, con el empleo del mínimo de fuerza posible obtener el máximo respaldo de poblaciones de muy distintas y enfrentadas civilizaciones contra un enemigo común, claramente identificado y definido en todos sus componentes. Planteó la guerra a ganar como ésta es esencialmente: una sucia y larga confrontación de voluntades políticas.
Desde entonces los franceses tuvieron su Dien Bien Phu y su Argelia; los estadounidenses su Vietnam, su Somalia y, ahora, su Irak. Entre la mentalidad de guarnicion y la obsesión por la brillante ofensiva final y decisiva, hay muchas cosas olvidadas que seguir aprendiendo de nuevo... pero no parece que lo vayamos a hacer.
Tal vez por ello, va a ser cerrada el primero de octubre próximo la estadounidense OFT (Oficina de Transformación de la Fuerza). El VA Arthur K. Cebrowski, impulsor, fundador y primer jefe murió de cáncer el año pasado: parece que los persas han vuelto a ganar, de momento.
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