7/02/2010

De la política contra la laxitud


Ayer, en ABC, Valentí Puig publicó el artículo Espartanos todos. Creo que debo reproducirlo íntegro. Lo que Valentí cucamente llama 'zapaterismo' es viejo mal político que también afecta a las derechas. Dicho de otro modo, la laxitud social y ciudadana que se denunciaba ya en el teatro clásico de griegos y romanos es un factor de riesgo: somos epicúreos en el peor sentido del término y, por tanto, débiles, muy débiles, sobre todo ante las propias tentaciones. Por seguir con los paralelismos históricos, conviene recordar que nunca falta un D. Julián... el último que tal que recuerdo, apoyó objetivamente a ETA usando de periodistas de cámara para lograr el poder...

La foto, obviamente, no podía ser de otro primer ministro que Churchill, un tipo que defendió el eterno paso de las Termópilas con su gente frente a los 'persas': estando servidor en el hospital, Luis Solana me sorprendió con su comentario De Zapatero a Winston Churchill.

ESPARTANOS TODOS

SOÑÁBAMOS estar viviendo en una Atenas que, la verdad, se parecía mucho a Las Vegas y hemos despertado en una Esparta abrupta, económicamente doblegada a una austeridad restrictiva y muy prolongada. Nos hemos puesto todos a hablar de economía como en aquellas familias en las que, cuando uno tras otro se contagiaban una fiebre alta, el menos listo creía saber más que Pasteur. Venimos de unos años prósperos, en los que el trabajo y la iniciativa garantizaban una capacidad adquisitiva mayor que en épocas anteriores. Habíamos ingresado en la hipermodernidad y de vez en cuando nos creímos en el derecho de dar lecciones de crecimiento acelerado a otros países. Era una mezcla de ingenuidad y de desconocimiento, inofensivos si se quiere, pero que al final acaban pagándose. Y siempre se pagan mucho más caros de lo debido.

Ahora el riesgo es ponerse a pensar que aquellos logros fueron un espejismo, que fueron consecuencia de alguna versión vudú de la política económica. Hay quien ya se ve viviendo en un país que será un pedregal económico durante décadas, un territorio inhóspito e improductivo en el que solo tengan espacio vital los escorpiones y no la creatividad humana. Esa Esparta también es un espejismo.
¿Cuál sería la forma más eficaz de asimilar esta crisis económica? Para las familias, lo mínimo es aprender a reequilibrar ingresos y gastos. Para las naciones viene a ser lo mismo. Con un añadido: aprovechar al máximo esta desventura pública para pasar de la vieja a la nueva política, que viene a ser no confundir a propósito Atenas con Esparta, o al revés. La adversidad es una ocasión privilegiada para un cambio en la política, para los políticos y para los ciudadanos. Cualquiera sabe que los políticos no hablan claro porque saben que eso no es del gusto de los votantes. Y los votantes desconfían de los políticos precisamente porque no hablan con claridad. Algo parecido ocurre también con el periodismo.
En esos desfiladeros fronterizos entre Atenas y Esparta la sociedad española necesitará aprender a ser más competitiva, a producir más y mejor. Quizás incluso haga falta trasplantarle algo de disciplina espartana a un sistema educativo concebido para una época presuntamente inextinguible de vacas gordas. Las sociedades tienen que ser exigentes con la política pero también consigo mismas.
Ser tan camaleónico en la descripción de la realidad ha sido la mayor de las irresponsabilidades de Zapatero. Quizás el electorado lo olvide si ingresamos en fases de bonanza, pero a poco que entonces uno haga memoria la política de Zapatero se verá igual que un dilatado contorsionismo para no describir las cosas como eran. Zapatero ha sido el último rentista de aquella Atenas con vacaciones pagadas para finalmente acabar amoldándose como administrador «sui generis» de la sombra de Esparta, en parte teledirigido por el Fondo Monetario Internacional y por el Banco Central Europeo. Iba a salvar las civilizaciones de un choque trágico y ha acabado prometiendo nada menos que recortes de gasto público, como quien descubre los caminos de Esparta ofreciendo sangre, sudor y lágrimas. Con el zapaterismo, una vez más, todo llega tarde y mal.

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