5/24/2007

Navarra: la(s) guerra(s) civil(es) en España


"Defendiendo la bandera de la Santa Tradición", reza el Oriamendi sobre partitura capturada a los liberales durante la primera carlistada.

Olvidemos, a efectos de supuesta claridad y ligereza, todo análisis sobre las secesiones e insurrecciones entre 1600 y 1707 en Portugal, en Cataluña y hasta en la Andalucía de los Medina-Sidonia en la Monarquía hispana de corte y factura confederal.

La "tradición" comenzó al establecerse con el cordón sanitario de 1792 contra la Francia revolucionaria. Las tropas regulares y las milicias provinciales defendieron mal que bien las fronteras. ¡Ay, el Rosellón!, tan olvidado siendo francés menos tiempo que Gibraltar inglés...

Los veteranos de la Guerra de las Naranjas toman las armas en 1808, unos conforme a la doctrina escolástica sobre la soberanía del pueblo una vez rota la legitimidad dinástica, otros a favor de las novedades... Todos con hambre y sed físicas; también de libertad y de justicia, pergeñando unos "todos" que evolucionarán.

John Lawence Tone, autor del magnífico La guerrilla española y la derrota de Napoleón, fija en la guerrilla contra el francés de los Mina en Navarra el espejo de toda la conflictividad española del siglo XIX a través de las guerras carlistas... sus lectores transatlánticos, extrapolando, el retrato de toda guerrilla y de toda práctica de operaciones contra insurgencia...

Significativamente, los Mina serán liberales, no menos crueles que el Conde de España o el propio Zumalacárregui en la guerra de represalia que es toda guerra irregular.

Navarra, esto es, una buena porción de los navarros, defenderá, modificándola, esa tradición... pero no lo harán sólos.

Tras las tres carlistadas decimonónicas -y la monarquía de Prim/Saboya seguida de la cantonalizada I República- la Restauracíón alfonsina también es, no se olvide, acción de la integración del acervo carlista con la España liberal-conservadora. Los Fueros de Navarra y de las Provincias Vascongadas fueron restituidos en gran medida. Cataluña, por su parte, quedó prácticamente viviendo a su aire.

Es significativo que, todavía en 1906, se levantaran partidas carlistas en el área de Mataró, reprimidas rápidamente por la acción de la Guardia Civil. Pues también en el futuro campo de la Batalla del Ebro, la Terra Baixa, o en las comarcas de Vic y Olot hubo persistencias carlistas: la ideología, hasta 1936 y después, se preservaba en el Monasterio de Montserrat y en círculos muy bien integrados, a la altura de 1923, en la ciudadana Barcelona mestiza bajo amenaza revolucionaria.

En las Vascongadas, las cosas sucedieron más o menos del mismo modo: el referente intelectual se cobijaba en Deusto y en el Santuario de Loyola.

Y por supuesto, también, en el resto de España, donde carlistas y alfonsinos hicieron causa común a partir de 1931. Ello no fue óbice para que el PNV y la Comunión Tradicionalista presentaran listas electorales conjuntas para las constituyentes de aquel año. ¿Recuerdan al obispo Pildaín, electo diputado a Cortes entonces, negando años después en Las Palmas el derecho a entrar bajo palio en sagrado al propio Franco?.

Pero lo importante en nuestros días nuestros tan celosos de la riqueza de España queda por anotar.

No hace mucho se publicaba en el ABC de Zarzalejos un elogio de Eugenio Vegas Latapie del que lamento no haber sabido conservar referencia.

Dicho elogio presentaba a D. Eugenio como lo que fue: católico maurrasiano, uno de los mejores analistas financieros de su época (1907-1985), uno de los mejores agentes en la preparación del golpe de estado que Mola desarrollaba en Navarra y "perdedor" de la Guerra Civil a que llevó el fracaso último dicho golpe de estado en su ejecución práctica.

Perdedores como Vegas Latapié -cítense a los Oriol, los Larramendi e, incluso las familias conversas en la hornada de 1492, como los Coronel de Palma- mantuvieron posiciones de poder (en) efectivo en las corporaciones de la sociedad civil franquista y en sus instituciones que a la postre fueron preservadas, para bien de la convivencia de todos los españoles, durante la Transición.

Faltaría también mentar cómo las milicias carlistas -el requeté- antes de 1936 tenían al general José Enrique Varela, bilaureado jefe de tropas regulares y harkas de Marruecos, como su clandestino inspector general. Franco, hacia 1942, tenía encima de la mesa, entre otros, un expediente muy personal y muy reservado que usó contra Varela y sus aspiraciones de restauración monárquica. Como siempre, lo privado influyó, por no ser publicado, en las decisiones de los hombres y de las mujeres.

Pero antes de todo ello cabe resaltar dos hechos ciertos, respondiendo a la pregunta directa formulada por Luis Solana Madariaga:

1. Fueron los Tercios de Requetés navarros y alaveses, decenas de miles de hombres con el detente en el frente y amadrinados por las margaritas en la retaguardia- los que lograron superioridad moral en la conquista/liberación de Guipúzcoa, Vizcaya e, incluso, de la castellana Santander sobre sus oponentes. Los memorialistas de la Brigada Lincoln reiteran una y otra vez que miedo, lo que se dice miedo, no lo tenían frente a La Legión o los moros; el miedo cundía en sus filas, cuando enfrente, se cantaba el Oriamendi. ("Detente bala, el Sagrado Corazón de Jesús me protege"; en la foto abajo inserta, tomada en Bilbao, a la altura del estómago donde las balas, y la metralla, hacen más daño).


2. Sumados a los navarros los carlistas vascongados y catalanes -Tercio de Montserrat, catalanoparlante sin remedio posible-, Navarra instauró, además, la movilización total de sus recursos humanos y materiales al servicio de la Causa Nacional, gestionados discreta pero eficientemente por la Diputación Foral -y los agentes financieros y diplomáticos bajo control dentro y fuera de España de los expertos Vegas, Larramendis y Orioles- en exclusiva, para envidia, por ejemplo, del general Vicente Rojo y de Negrín en competencia con Josep Tarradellas en el lado contrario.

Dios, al que se perseguía, la quema de iglesias y conventos junto al asesinatos de sus servidores eran evidente muestra de ello, así lo exigía.

La Patria, en peligro su "tradicional" forma de unión y vida, también.

En ausencia del Rey, había que preservar, una vez más, los Fueros.

La Guerra Civil de 1936-1939, Cruzada, guerra santa, de Liberación Nacional por todo ello, fue la última o, quizá, la penúltima carlistada: el citado John L. Tone y servidor mismo en vivencias paralelas hemos oído decir, de boca de los directamente dammificados, en los caseríos y en los pisos protegidos, que lo de ETA es la última de ellas.

Y bajo Franco, Álava y Navarra mantuvieron sus Fueros, en reconocimiento a los servicios prestados en sangre y dinero por sus requetés en el frente y en los despachos. Tengan cuidado Díez, Martínez Gorriarán y Savater con sus humoradas federales unitaristas defendiendo para Soria el mismo voto individualmente proyectado que para Vizcaya: ya les han salido los del PP con trabas, no pocas ellas con factura navarra y vascongada.

Con la elaboración de la Constitución de 1978, se recuperaron los Fueros de Guipúzcoa y Vizcaya. Los miembros de la familia carlista Oreja (Marcelino y los Mayor Oreja, Jaime y Carlos) saben muy bien por qué ello era conveniente y necesario para el bien de todos los españoles. En el interín, pocos fueron los carlistas que reaparecieron titulándose de tales y lo hicieron muy, pero que muy, divididos: véase, hoy, no en Montejurra en 1976, las páginas electrónicas del Partido Carlista vs. Comunión Tradicionalista. Pero, también hoy, desde ETA hasta la Unión del Pueblo Navarro, confederada por lo bajini con el PP cara al resto de España, , pasando por los socialistas vascos y navarros y el PNV, la raíz carlista, el "todo" tradicional surgido hacia 1808 en diferentes ramas de evolución, subyace en todo debate en las Vascongadas, en Navarra y, me atrevo a decir, en toda España, según se comprueba en no pocas soflamas electorales.

Pues resulta que cabe afirmar que, así como en las Vascongadas la confederación -con sus beneficios y problemas- es evidente entre sus Diputaciones Forales (en 2007, Álava para el PP en estabilidad Vizcaya para el PNV a la baja, Guipúzcoa para....) respecto del Gobierno de Vitoria-Gasteiz, en Navarra la confederación lo es respecto del conjunto de España.

Con ello, reafirmo lo dicho en la primera entrada de esta serie de tres que cerraré el lunes próximo, urnas y Dios mediante.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La unica vez que Navarra apoyó al bando perdedor fue con Pompeyo.

Jorge Aspizua Turrión dijo...

Según se mire.

Los Javieres fueron el bando perdedor en el siglo XVI.

Y hasta noviembre de 1938, el llamado "bando nacional" no obtuvo márgen para la verdadera victoria política. Pese a que la solución dada a la Crisis de Munich, junto a Checoslovaquia, liquidó las posibilidades de victoria política para la II República, todavía en febrero y marzo de 1939 -cuando se formalizó la ocupación de Praga- las tornas hubieran podido cambiar...

Un saludo

Anónimo dijo...

Mi abuelo Pedro, cántabro de pura cepa ( todos los Lucio lo somos )era un carlista convencido, haciendo la guerra como requeté en unos cuantos frentes. Aún conserva mi abuela el plato de metal donde comia y apuntaba los lugares de las batallas, así como los periódicos de la comunión tradicional carlista.