En 1992, una multinacional de raíz alemana encargó un estudio sobre el futuro de Marruecos a quince años vista.
Ese estudio incluía, cómo no, valoraciones sobre el potencial de las ciudades españolas de Ceuta y de Melilla.
También se atendía a los efectos a largo plazo en la región del Estrecho de Gibraltar de la guerra terrorista que el GIA le tenía declarada a la dictadura argelina de partido único. Sus gestores, otrora protectores de ETA -y, todavía hoy, de los saharauis que acogían en Tinduf a delegaciones españolas enviadas desde Herri Batasuna hasta románticos "africanistas" del Ejército español- parecen que gozan de simpatías por parte de los aznaríes en España. No puedo preguntarme por la razón de ello.
En todo caso, quince años después, consultando notas y borradores, se comprueba a la luz de los hechos que no fueron muchas las equivocaciones de los analistas que participaron en el estudio.
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No es posible comprobar, así de buenas a primeras, si las sucursales de los bancos españoles de Ceuta y de Melilla son las más rentables de España hoy como lo eran entonces.
Si se puede confirmar que Ceuta y Melilla -como ciudades españolas y, por tanto, territorio de la Unión Europea- son puntales del desarrollo económico del norte de Marruecos -y del Oranesado argelino- hasta más allá de los montes Atlas.
También cabe afirmar que, junto al nuevo puerto de Tánger y al de Algeciras en la península, las ciudades autónomas son clave del comercio intercontinental en todos los azimuts,
Al tiempo, Ceuta y Melilla, junto a Gibraltar y Marbella, presentan características de lo más cosmopolita: no hay más que consultar los Registros de la Propiedad y los Registros Mercantiles de las cuatro ciudades.
Los servicios secretos de todos los Estados-nación concernidos -y los de las empresas privadas- operan en la región del Estrecho de Gibraltar, como ya lo hacían en tiempos de Carlos I de España y V de Alemania.
Dos circunstancias comprobadas, derivadas del análisis microeconómico y micropolítico, son de mi especial interés:
1. El efecto que a largo plazo tuvieron las decisiones familiares de muchos españoles en la región -cuyo influjo llega a Madrid- por contratar criadas y criados procedentes de Marruecos para el servicio doméstico, y
2. La ausencia durante decenios de terrorismo árabe en España generó falsas confianzas ante la rápida evolución de la Historia acontecida tras el fin de la guerra fría. Tal vez como reclamara El País en editorial del pasado sábado no quepa -o no convenga- declarar al Estado responsable civil subsidiario de los crímenes cometidos el 11-M.
Me reservo mi opinión respecto de esos dos asuntos.
Pero si afirmo que, en tiempo de crisis de seguridad nacional como la actual, las torres de marfíl construídas por las familias -especialmente, las de los funcionarios a sueldo del Estado, en activo o en excedencia- pueden estar minadas.
La obligación ciudadana y la responsabilidad política exigen localizar y desactivar dichas minas, caiga quien caiga.
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