Mi tío había recibido orden de que por aquel portillo que daba acceso al edificio de Capitanía no podía pasar nadie.
Se presentó en el portillo el general Queipo de Llano, de paisano e inconfundible. Mi tío, soldado raso, de buenas pero firmes maneras le impidió el paso. Queipo entró en Capitanía por donde era debido y dió la novedad correspondiente. Mi tío fue felicitado. Fue en Barcelona, en los días de la "invasión" del Valle de Arán.
Muchos años después, le conté la anécdota in situ al TGral Luis Alejandre quien ayer, día 4 de marzo, publicó en El Periódico de Catalunya un artículo, criticable sí, pero bastante acertado: Los valores del Ejército español.
El País, hoy, destaca las previsiones del Mando de Operaciones del Estado Mayor de la Defensa ante la evolución de la crisis en Afganistán. Conviene que se escuche al JEMAD, tanto más si todavía no se ha hecho: nadie dará mejor consejo al respecto.
En el frente discontínuo en el que estamos, Afganistán es como Valdemoro con la pequeña diferencia de que, allá, se puede verter sangre española mientras que acá, por municipal y espesa que sea la vida, parece predominar la banalidad propia de los salones y los pasillos.
Los civiles ávidos por medrar en salones y pasillos suelen dejar paso franco en los portillos.
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