1/14/2007

Contra ETA: Aguirre y Gil de Biedma


Servidor está completamente de acuerdo con Esperanza Aguirre y Gil de Biedma cuando afirma: "Nosotros creemos en España, y asumimos nuestra historia, con sus luces y sus sombras, y no tenemos ningún complejo en declarar nuestro patriotismo porque significa que estamos contentos de ser españoles".

Mucho más remiso estoy a aceptar, tal cual propone Aguirre, a Fernando Savater, donostiarra, como autoridad ética y moral, cuya carrera profesional ha ido creciendo pareja desde la escritura en Egin hasta sus actuales posiciones.

Respecto de Antonio Muñoz Molina, jienense, siempre pondré en valor su novela-memoria Ardor guerrero, que puso de manifiesto la imbecilidad de la izquierda en los años 70 junto a ciertas prácticas de guerra sucia no esclarecidas en la Guipúzcoa en la que realizó su servicio militar. Dicha novela-memoria se publicó cuando interesaba a la prensa de derechas denunciar el GAL sólo en tanto que probable producto del gobierno de Felipe González, pero no así respecto de otros crímenes cometidos con anterioridad.

Aún más; no es cierto el aserto de Aguirre respecto de ETA: "lo que sufrimos desde hace 30 años no es una guerra, sino la acción criminal de unos totalitarios que quieren imponer su proyecto liberticida al conjunto de los españoles".

ETA nos tiene declarada su guerra –total pese su limitación de medios de agresión criminal, liberticida por su doble raíz etnicista y fanática- desde hace más de 40 años a los que estamos contentos de ser españoles, pese a que discrepemos –y mucho- de doña Esperanza. Otra cosa es que no se haya sabido –o querido- liquidar a esa organización.

Es compresible que la antigua ministra de Educación, que dice haber asumido la Historia “con sus luces y sus sombras”, sufra al ver cómo no puede usufructuar el término “paz”. Como tantas otras personas de bien y de derechas, Aguirre asiste consternada a cómo el PSOE usufructúa dicho término en beneficio propio.

En 1964, el régimen franquista lanzó la campaña XXV Años de Paz, teniendo como actor principal a Manuel Fraga Iribarne. Eran los años en que ETA estaba preparando su guerra contra todos los españoles. Inculcado en nuestro imaginario colectivo, el deseo del mantenimiento de la “paz” fue una de las claves que aseguraron el éxito de la transición hacia la democracia. Sólo ETA -y algunos nostálgicos de aquel régimen- se negaron a aceptar que la libertad era la garantía de la paz entre españoles.

Casi inmediatamente después de los años en los que ETA asesinó a más personas cierto general , entre otros muchos actores del periodo, dejó grabado su testimonio sobre la Transición en la Fundación Ortega y Gasset. En él, expresaba su convencimiento de que la lucha contra ETA había que plantearse como guerra, sometida su conducción a las leyes tanto más por cuanto debiera caracterizarse como guerra irregular.

La falta de decisión política democrática para plantear abierta y legalmente la lucha contra ETA como la guerra que esta nos pretende imponer ha dado lugar a la máxima corrupción en las percepciones sobre qué es victoria o qué es derrota respecto de la banda.

Una de las muestras de dicha corrupción de fondo, la medida campaña contra el GAL, entre otras cosas, dinamitó la viabilidad política del Pacto de Ajuria Enea que sólo se recuperó, en parte, con el Pacto contra el Terrorismo y por las Libertades.

Ayer, un coronel amigo mío me decía que no le importaba qué pasó en la penúltima tregua otorgada por ETA, recalcando que le importaba más el qué hacer en el inmediato futuro.

A servidor, respecto de ETA, le importa por encima de todo lograr la victoria total sobre la banda criminal, aplicando el potencial íntegro del Estado democrático y de derecho aún por ensayar.

Esa es una victoria que sólo pasa por comprender que la paz en libertad entre españoles sólo se asegura negándole a ETA todo resquicio jurídico, político o social… resquicios como el que le aseguró la medida campaña contra el GAL, una campaña que, sospecho, Manuel Fraga Iribarne, de haber estado al frente del Partido Popular, no hubiera aprovechado en beneficio propio o de sus amigos y correligionarios.

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