7/28/2006

Qué buena memoria, la de Juan Benet, sobre la Guerra Civil española

Los militares de carrera que permanecieron al servicio de la II República libraron aquel conflicto bélico sin tener a su disposición, hasta enero de 1939, las facultades que la legislación entonces vigente les hubiera permitido usar de haberse declarado el estado de guerra por parte de los sucesivos gobiernos de la II República.

De la gestión del general Rojo, jefe del Estado Mayor Central desde 1937, bajo la dirección política de Prieto y luego de Negrín, documentada en sus archivos personales, sólo se puede decir que resultó ejemplar en muchos aspectos, especialmente a la hora de estudiar como librar guerras sin declararlas.

Sin embargo, ahora que se conmemora el septuagésimo aniversario de la infausta guerra civil española, cabe afirmar que, en los estrictos términos de evolución del arte militar del periodo, la conducción técnica de la misma poco aportó a esa rama del conocimiento humano.

Pese a las entrevistas que el general Barroso diera a la revista “Blanco y Negro” en el vigésimo aniversario de la guerra civil española, en el arte militar empleado en aquellas campañas, poco de nuevo respecto de la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial y del control en las respectivas retaguardias a los enemigos propias de las guerras coloniales y revolucionarias ya entonces bien conocidas.

El propio general Rojo, en sus estudios iniciados desde su primera fase de exilio hasta su muerte, insistió siempre más en el ambivalente carácter moral -y maniqueo- del conflicto, preeminente sobre los aspectos técnicos.

En la evaluación de su conducción estratégica poco se ha avanzado historiográficamente.

Los excelentes, y todavía no superados, análisis de las campañas militares, obra del coronel Martínez-Bande, y el estudio sobre El Ejército Popular de la República, de Salas Larrazábal (este último reeditado por La Esfera de los Libros-El Mundo en 2006 a partir de la de Editora Nacional de 1973) se centraron en demasía en las descripciones tácticas y en los apuntes operacionales.

Falta, por ejemplo, un análisis serio sobre la construcción y gestión estratégica del llamado Ejército Nacional. Cabe anotar la única aportación de relieve a ese debate historiográfico: la magna obra de los Moreno de Alborán en su “La guerra silenciosa y silenciada: historia de la campaña naval durante la guerra de 1936-39” (Alborán Editores, 1998), que, acertadamente, sitúa en el dominio del mar la clave operacional y hasta estratégica de la victoria final de dicho ejército.

Quedan por explotar, también, los informes elaborados por el padre de la moderna guerra acorazada, el general británico J.F.C Fuller, maestro junto a Sir Basil Liddell Hart, del alemán Guderian, del francés De Gaulle o del mariscal soviético Tujachevski. Fuller, como propagandista católico, viajó a Burgos y Salamanca, escribió textos políticos a favor de Franco, pero no dejó de analizar e informar al gobierno de Su Graciosa Majestad de todo cuanto los alemanes y los italianos buscaban, españoles mediante, aprender y ensayar.

Por otra parte, los análisis realizados por los equipos que Tujachevski logró introducir, bajo la estricta vigilancia del NKVD, apenas si dejaron rastro tras las purgas de 1937 que también alcanzaron a los militares soviéticos destinados en España.

Se puede afirmar que, de la posibilidad de aplicar operacionalmente algo parecido a la “guerra relámpago” buscando lograr efectos estratégicos decisivos, tomó cuenta el general Rojo en la versión inicial del frustrado Plan P de septiembre de 1938, en plena crisis de Munich, realizado a su indicación por el coronel Parra, datos documentado en los citados archivos del general Rojo. Y, además, así lo relata el militar de carrera español Francisco Ciutat de Miguel (a) Comandante Angelito, principal asesor de Giap en Dien Bien Phu y de Fidel Castro en Bahía de Cochinos, en su estudio “Relatos y reflexiones de la Guerra de España” (Forma Ediciones, 1978).

En todo caso, el mejor análisis estratégico general, en términos políticos y militares, es todavía el brindado por el ingeniero y novelista Juan Benet recopilado, con prólogo de Gabriel Jackson, en “La sombra de la guerra. Escritos sobre la Guerra Civil española”, (Taurus, 1999).

Mucho antes, Benet ya había concluido cromwellianamente en "Herrumbrosas Lanzas", acaso su mejor novela, que:

"Aquellos que sólo hablaban de valores eternos, de la civilización cristiana, de la defensa de una tradición sagrada, de inmarcesibles ideales, se cuidarán de confiar su causa a la munición más que a la Divina Providencia, mientras que quienes a sí mismos se definían como rabiosos materialistas, que han acertado a desterrar los poderes sobrenaturales de los centros de decisión de toda la sociedad, avalarán el triunfo de la suya con la buena voluntad de las nuevas deidades -el progreso, la marcha inexorable de la historia, la victoria final del proletariado-, tan presentes y activas en el campo de batalla como lo fuera el caballo de Santiago".

Qué buena memoria, la de Benet. Lástima que ya no esté para recordarnos, a todos, que los alzados lograron de las autoridades religiosas y políticas musulmanas del Protectorado de Marruecos la proclamación de la “Yihad” contra la II República muchos meses antes de que los obispos católicos españoles, masacrados su grey y sus pastores en la llamada “zona roja”, se atrevieran a usar colectivamente del equivalente término “Cruzada” para legitimar la continuidad de la mutua matanza.

No haremos nada: disparen Uds. primero.

Horrorizados por las imágenes de televisión, nuestros comentaristas, militares y políticos quisieran encontrar un modo reglamentado de hacer la guerra.

En la izquierda, véase artículo de Javier Ridao "Carrera hacia las tinieblas" (El País, 28 de julio de 2006), reclama algo así como un modo civilizado que exima a las poblaciones civiles del riesgo de sufrir o, al menos, ver el dantesco espectáculo de la guerra. En la derecha, véase pieza de Rafael L. Bardají "De abusos y desproporciones" (ABC, 28 de julio de 2006), se presume en la técnica la vía de solución para limitar el impacto político negativo de la realidad terrible de la guerra.

Ambos son herederos lejanos y divergentes del ethos aristocrático y deportivo, recogido por el cínico Voltaire, del conde d'Anterroches en la batalla de Fontenoy (1745) cuando, enfrentadas las filas de los contendientes prestos a fusilarse, gritó deferente: "Monsieur, nous n'en ferons rien! Tirez vous-mêmes!". Al menos, de Bardají, puede esperarse que haya leído al último aristócrata con influencia en materia de pensamiento bélico: Sir Basil Liddell Hart.

Desgraciadamente, incluso en aquellas guerras de los reyes, los pueblos sufren las consecuencias de las guerras. Hoy, el centro de gravedad de las guerras sigue siendo la suma-resta de la voluntad política de todos y cada uno de los individuos. El aristócrata pacifista que cada uno llevamos dentro en las sociedades occidentales grita: "Hagan sus guerras, pero déjennos en paz". En estos días de guerras de moros y judíos conviene recordar que, en España, el mito de la hidalguía sin mancha tiene gran predicamento social.

Pero la guerra, ayer, hoy y siempre carece de reglamentos: tiene gramática. Y por mucho que se oculte, la gramática de la guerra dicta que los efectos de todas las guerras nos alcanzan a todos, a veces desastrosamente. Lo único que cabe desear es que sepamos limitar los daños, aunque estos no se vean en televisión.

7/27/2006

Apertura en Gondar (Etiopía)

Gondar, en Etiopía, donde al inicio del proceso de globalización, los portugueses erigieron el Castelo Torreado.
Hay una guerra, la enésima guerra en el país que fue el reino de Saba, el reino de Preste Juan, la Abisinia que no era Guadalajara, la Etiopia de Mengistu, hoy exiliado en Zimbawue.
Desde este lugar real, pero imaginado, se inician los comentarios en La Harka de Aspizua, a partir de esta madrugada del 27 de julio de 2006.