7/28/2006

No haremos nada: disparen Uds. primero.

Horrorizados por las imágenes de televisión, nuestros comentaristas, militares y políticos quisieran encontrar un modo reglamentado de hacer la guerra.

En la izquierda, véase artículo de Javier Ridao "Carrera hacia las tinieblas" (El País, 28 de julio de 2006), reclama algo así como un modo civilizado que exima a las poblaciones civiles del riesgo de sufrir o, al menos, ver el dantesco espectáculo de la guerra. En la derecha, véase pieza de Rafael L. Bardají "De abusos y desproporciones" (ABC, 28 de julio de 2006), se presume en la técnica la vía de solución para limitar el impacto político negativo de la realidad terrible de la guerra.

Ambos son herederos lejanos y divergentes del ethos aristocrático y deportivo, recogido por el cínico Voltaire, del conde d'Anterroches en la batalla de Fontenoy (1745) cuando, enfrentadas las filas de los contendientes prestos a fusilarse, gritó deferente: "Monsieur, nous n'en ferons rien! Tirez vous-mêmes!". Al menos, de Bardají, puede esperarse que haya leído al último aristócrata con influencia en materia de pensamiento bélico: Sir Basil Liddell Hart.

Desgraciadamente, incluso en aquellas guerras de los reyes, los pueblos sufren las consecuencias de las guerras. Hoy, el centro de gravedad de las guerras sigue siendo la suma-resta de la voluntad política de todos y cada uno de los individuos. El aristócrata pacifista que cada uno llevamos dentro en las sociedades occidentales grita: "Hagan sus guerras, pero déjennos en paz". En estos días de guerras de moros y judíos conviene recordar que, en España, el mito de la hidalguía sin mancha tiene gran predicamento social.

Pero la guerra, ayer, hoy y siempre carece de reglamentos: tiene gramática. Y por mucho que se oculte, la gramática de la guerra dicta que los efectos de todas las guerras nos alcanzan a todos, a veces desastrosamente. Lo único que cabe desear es que sepamos limitar los daños, aunque estos no se vean en televisión.

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