Williamson Murray y Allan R. Millet, en su magna síntesis sobre la Segunda Guerra Mundial, La guerra que había que ganar, (Barcelona: Crítica: 2002; hay edición de bolsillo más barata), consideran que las campañas de Etiopía en 1941, de los "chinditas" en Birmania en 1943-44 y del OSS en China entre 1943... y más allá, fueron inútiles.
Los dos grandes historiadores estadounidenses están impregnados del ethos y del elán vital que informan las mentalidades convencionales para afrontar las guerras desde la perspectiva del orbe industrializado y moderno regido democráticamente.
El problema para el orbe postindustrial y postmoderno es que hemos regresado a un futuro ya conocido: lean al viejo Sir Michael Howard y sus avisos al público. Comprobarán que la guerra no cambia de esencia por más que los cachivaches de la industria de masas y de las high-tech sugieran lo contrario.
Los combatientes etíopes de 1941 recogidos en la foto inserta no se distinguen mucho, excepto en el armamento (en el caso, italiano capturado) y alguna ropa, de los de hoy y de sus actuales oponentes somalíes islamistas.
Las guerras que esos milicianos libran son las nuestras. De hecho, la Italia fascista -"Se tu dall'altipiano guardi il mare"- utilizó a los islamistas de Somalia, Sudán y la propia Etiopía contra el viejo régimen feudal de la entonces conocida como Abisinia.
Occidente, sus democracias y sus pueblos, tienen raros aliados.
Sólo idealistas, presentes en la derecha que representa FAES/GEES, junto a algún tuno que conocemos sobradamente, creen que es posible ganar la vieja guerra de siempre con los métodos y doctrinas de las sociedades más avanzadas.
Esa es una de las debilidades de nuestras democracias.
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Un saludo a José Jiménez Lozano, castellano que conoce muy bien el transfondo último de todas las guerras y de todas las paces.
No por casualidad, algún tuno de la izquierda pretende maltratarlo en la última Babelia de El País.
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