Titula El Mundo EEUU y Canadá buscan profesores de español.
El mismo medio hace lo propio con José Montilla admite que su catalán debe mejorar y dice que recibirá clases.
La España que es, es nuestro bien común. Decía el viejo Unamuno que "las lenguas son la sangre de los pueblos". Gracias, entre otras muchas instancias, a la Iglesia Católica, en España gozamos de la riqueza de tres lenguas de origen latino más el vascuence.
En Galicia, la lengua de los paisanos es el gallego, siendo la del poder el castellano. Pocas esperanzas hay, dicho sea de paso, sobre la posibilidad de que los españoles sepamos, ¡ay!, comprender el portugués.
En el País Vasco, ocurría otro tanto hasta que de la mano de la regla del batua se ha promovido el vascuence como lengua de identificación del poder nacionalista. Paradójicamente, saber latín es condición sine qua non para manejarse en las procelosas aguas de las provincias forales y, especialmente, en la españolísima Navarra.
En Cataluña se intentó que el catalán fuera tal lengua de identificación del poder nacionalista, pero el carácter bilingüe del Principado lo ha impedido. El resultado paradójico es la necesidad que tiene Montilla por mejorar su catalán, cosa que no hubiera sucedido si los líderes del PP catalán hubieran logrado acceder a su posición: Cataluña tiene como lengua de poder diario dicho idioma, que la derecha catalana, catalanista o españolista, siempre habló en la intimidad.
La hermosa habla andaluza, futuro del castellano, , avanza hacia Madrid y el viejo reino de Valencia. La indeseable variante marbellí lo hace también en las Baleares.
En general, cuando los polacos de Polonia y el resto de los países centroeuropeos empiecen a cobrar los fondos europeos que forzósamente se detraerán de las partidas hispanas, bien podría utilizarse el silbo gomero para que los servidores de los campos de golf y los cotos de caza, futuro de las tierras de labor hispanas, se comunicaran entre ellos.
Esperemos, con todo, que un concepto de españolidad más sensible a la realidad de nuestro tiempo nos ayude a preservar, vigorizándolo con seguridad, el bien común que es la España que es.
Para ello hace falta no ofuscarse con el color del dinero.
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