10/12/2006

En el Día de la Raza (y 2): los 'borrokides'

Servidor hace más de veintiseis años que sufrió los efectos de lo que hoy llamamos "kale borroka". Una leve marca en la nariz, vieja señal de un puntapié recibido una vez fue derribado en el suelo con una bota campera con puntera de metal, le recuerda el hecho.

Fue en Madrid, el 17 de marzo de 1980, en la calle de Barceló, donde se había establecido una de tantas "zonas nacionales" en las que, a palos, se vedaba el acceso, por ejemplo, a varones con melena y mochila en bandolera, tal cual las porta Jorge Moragas hoy en día.

La paradoja fue que, años después, dí el pésame de todo corazón a la hermana de uno de los dirigientes públicos de las partidas que habían asolado el Madrid de mi primera juventud, cuyo otro hermano había fallecido en accidente de aviación militar.

La violencia política es siempre un riesgo inminente, en cualquier circunstancia, periodo y lugar.

En España, en todos los ámbitos políticos y periodísticos, existen demasiados 'borrokides'. Unas veces los incitan los políticos activos públicamente; las más, propagandistas altoparlantes incapaces personalmente de comparecer a elecciones.

Lo que debería preocupar a todos sobre la acción y las declaraciones de Jordi López Forn, primer secretario de las Juventudes Socialistas de Martorell, expulsado ya del PSC, no es que se estas produjeran: personalmente, como socialista que soy, me preocupa, y mucho, que un "borrokide" como éste fuera aceptado como militante y que, además, ostentara por elección un cargo orgánico.

Queda dicho en la anterior entrada que la familia, ante todo, explica por sí misma muchas cosas. Durante decenios hemos visto como las madres y demás parentela de los asesinos etarras justificaban sus crímenes y las algaradas callejeras -"kale borroka", en castellano bajo influencia árabe- a su favor, declarando siempre que dichos criminales y los "borrokides" eran buenos chicos. Y, cómo no, las dichas madres y parentelas se declaran siempre agredidas...

Alzando la mirada, en tiempos en los que se van plasmasdo cambios políticos tal vez necesarios, la violencia política tiende a desatarse... y a ser desatada.

Para evitarlo, en lo que toca a los principales partidos políticos españoles y a sus propagandistas, conviene señalar que quienes aplaudieron y jalearon el acoso a Felipe González en la Universidad Autónoma de Madrid al final de su mandato -y la citación a éste por parte Tribunal Supremo a declarar por el asunto GAL-, no pueden quejarse del acoso mediático y físico al que fue sometida su sede en la calle de Génova de Madrid cuando tras el 11-M ellos mismos estaban dilapidando estúpidamente tu tiempo y su razón políticas... y viceversa.

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Todo esto se afirma cuando, todavía, después de tantos folios y folios, después de tantos comentarios y comentarios, no sabemos quién ordenó políticamente el asalto al piso de Leganés, en el que estaban rodeados los principales testigos del crímen del 11-M: los asesinos.

Con ello, se les dió ocasión de suicidarse intentando seguir asesinando, como lo hicieron en aquel acto en la persona del GEO Francisco Javier Torronteras, quién cumplió con su deber hasta más allá de lo que era -y es- razonable exigir.

Por decencia y justicia, todas las circunstancias que concurrieron en su asesinato también deben quedar aclaradas.

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