Quien suscribe, de mitad hidalgo de la general de la foral provincia de Guipúzcoa, de la otra marrano de las alquerías de Ciudad Rodrigo, barcelonés de nación y madrileño de residencia, se dirige a Su Señoría allá donde estéis con ocasión de la nueva de que el Príncipe Enrique, hijo segundo de los del Principe de Gales, vuestro tutelado, ha estado combatiendo durante los dos últimos meses en la provincia de Helmand (Afganistán) bajo las mismas duras condiciones que el resto de las tropas que la Corona Británica, con la debida autorización de los Comunes y de los Lores y mando efectivo de su Gobierno, mantiene frente a bárbaro enemigo, capeando horribles peligros en defensa de los habitantes del Reino Unido y del resto de los seres humanos.
No quisiera en esta hora dejar de honrar vuestra memoria, casi a los treinta años de ser vilmente asesinado por la bandería del IRA, no sin recordar la tentación a la que acaso sucumbísteis en relación con la provincia del Ulster en iniciativa personal que de haber fructificado habría hecho para siempre imposible la actual confederación, que en la práctica, mantienen hoy el Reino Unido y la República de Irlanda, superando día a día odios ancestrales y reservas mentales de alicorto alcance. Pues es sabido que son los príncipes los que, en cabeza, han de seguir la voluntad de las comunes gentes, democrática y pacíficamente establecida. En esto, el señor Duque de Wellington, Marqués de Ciudad Rodrigo, a cuyas órdenes es mi memoria que sirvieron mis abuelos charros como irregulares lanceros, supo conservar lo particular tradicional aceptando lo general novedoso procurando el bien común.
El dicho señor Principe Enrique ha hecho hoy lo que Vos enseñásteis a hacer a su señor tío, el Príncipe Andrés y que hizo ventiséis años atrás en la de las Malvinas, islas que llamáis los británicos de las Falklands: combatir entre las tropas de Su Majestad, obedeciendo las órdenes de su Gobierno. Así también, en jornadas no menos confusas, vuestro protegido Sir Mike "Dark Vader" Jackson, al que en su día tarde y de lejos serví, habiendo puesto en vanguardia a las Reales Guardias Irlandesas -reclutadas como es costumbre acendrada en la República y en el Ulster- invocó la soberanía de Su Majestad para dilatar el cumplimiento de órdenes alocadas, que hubieran supuesto, de entrada, entrar en combate con las tropas de Rusia en el aeropuerto de Pristina, en ocasión de la guerra del Kosovo, en 1999, todavía hoy por concluir en sus consecuencias políticas.
Sé, Conde, señor, que estaréis orgulloso de casi todo lo que hasta aquí he recordado y señalado, pues nacido Battemberg supísteis ser Mountbatten y no por ello dejásteis nunca de atender a la Reina Victoria Eugenia, vuestra prima, y abuela de nuestro Rey. Y lo digo en alto, agradecido, como español que soy aunque basante raro entre mis compatriotas. Pues en la historia de las Españas y de las naciones que forman el Reino Unido nunca se obtuvo más razón y con ello más fuerza que cuando, aliados y amigos, hombro con hombro, nuestros caballeros y nuestros peones, tanto monta, monta tanto según convenga a la mejor política, al estado del arte militar y a la fiereza e inteligencia de los comunes enemigos, formaron juntos líneas y guerrillas de combate tanto en la mar como en la tierra. Dejo para otros la dispersión de esfuerzos, corazones y mentes, que proclamar "querer pensar con realismo al servicio de metas idealistas", es afirmar que hagan otros a pecho descubierto lo que estos que digo quieran mandar habiéndose puesto a buen recaudo.
Con la nota que sigue quiero cerrar esta carta. Cuando las manos criminales del 7 de junio de 2005 matando en Londres pretendieron sembrar el terror y el miedo entre las gentes, el Gobierno y la Muy Leal Oposición de Su Majestad, sin mentir ni mentirse, aún cometiendo errores, supieron actuar de consuno organizando la atención a los dañados y la mejor defensa posible ante lo por venir. No fue de extrañar tras ello, Conde, señor, el que el buen pueblo británico, espontáneamente, a la primera ocasión, el cumpleaños de Su Majestad la Reina, acudiera a las puertas de Buckingham Palace, para, vitorerando a la Señora, declarar que jamás se rendirán, que sus hijos e hijas jamás serán esclavos y que allí estaban y estarán para, democráticamente como es legítimo, esperar recibir órdenes que cumplir. Ejemplos estos, los del pueblo británico siempre, el de sus políticos las más de las veces y el de su príncipe Enrique hoy, que hay españoles -quizá no todos los que debieran- que apreciamos en alto grado y con mayor conciencia.
Queda, Conde, señor, suyo leal servidor desde mi crítica admiración a su obra y memoria, hecho en Madrid a ventinueve de febrero del año de dosmil y ocho años del nacimiento del Salvador, Jorge Aspizua Turrión.
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