2/19/2007

Las 'guerras híbridas' de nuestros días y sus efectos

Titula ABC La ONU quiere que España prepare a sus tropas del Líbano como fuerza antidisturbios para luego aclarar que lo mismo se ha pedido a todos los contingentes nacionales que constituyen la FINUL en El Líbano, incluidas las de Francia y las de Italia.

Malos tiempos para los especialismos, sobre cuyos efectos, caso de caer en barbarie advirtiera para España Ortega y Gasset. Los militares tiene que realizar funciones policiales en el exterior y no faltan quienes temen la influencia que ello tenga en el interior. No es este el lugar para detallar los males que ha acarreado en el conjunto de la civilización occidental el predominio de las mentalidades tecnocráticas sobre nuestras raices culturales.

El caso es que siendo la guerra el más humano de los desastres, las guerras híbridas que hoy reconocemos al sufrirlas por enésima vez requieren que los políticos sepan organizar a las corporaciones depositarias de las armas públicas para cumplir múltiples misiones que exigen múltiples capacidades... Y reforzar, al tiempo, la calidad democrática de su gestión.

Precisamente, la espantosa gestión de lo que dio en llamarse "el proceso de profesionalización de las Fuerzas Armadas en España" -en realidad, la adopción del modelo de reclutamiento mediante contrata de tropa y marinería- ha tenido gravísimos efectos para España y su sistema democrático.

Aquella decisión del pacto del Majestic entre los nacionalistas Aznar (españolista) y Pujol (catalanista) en 1996, falta de estudios previos rigurosos y de visión nacional a largo plazo por alguno de los firmantes, ha condicionado todo el desarrollo del sistema de Seguridad y Defensa en España hasta hoy... y lo seguirá haciendo, pese a las medidas tecnocráticas para paliar los daños más evidentes que sigue produciendo.

El populismo que animó aquella medida tiene hoy como consecuencia el que, ni por asomo, los ciudadanos españoles reciban instrucción y educación sobre el empleo de la violencia legal y sus límites. Una ciudadanía inerme está más expuesta a sufrir los daños más insidiosos que los terroristas, vengan de donde vengan, pueden llegar a producir incluso con la más mínima aplicación de potencia de fuego. Hoy, un solo disparo en una sola nuca puede derribar un gobierno entre los clamores de millones de ciudadanos convertidos en asustadizos corderos, que reclamarían la vuelta del pastor y sus mastines.

Otrosí, no pocos de los profesionales de las Fuerzas Armadas (FAS) y de las llamadas Fuerzas de Seguridad del Estado (FSE), en todos sus rangos, han constatado que las burbujas corporativas en las que vivían y en las que creían poder vivir cara ha futuro sin tener que sufrir las incidencias de los reclutas de la mili son, simplemente, eso, burbujas, pompas de jabón.

No hay gente suficiente y con los conocimientos previos precisos para formar, no tanto batallones, sino para cubrir la previsión de sus cuadros de mando. El uso extensivo de personal en materia de seguridad militar y de seguridad policial impide el empleo intensivo de tecnologías más ajustadas a las necesidades reales. Los militares, los guardias civiles y los policías dependientes de la Administración Central de Estado cobran poco dinero en comparación con otras corporaciones y similares niveles de compromiso en otros oficios y, al tiempo, carecen de aquello que las industrias del ramo podrían proporcionarles para ejercer sus funciones en todo especto de conflictividad exterior e interior.

El prestigio social, aparejado al rendimiento económico obtenido por cada individuo empleado en las FAS y en las FSE y a la proyección de las facultades corporativas adquiridas en el mercado laboral civil tras cumplir los compromisos de servicio, es, pese a las proclamas, casi nulo.

A solucionar estos problemas no contribuyen, para nada, quienes niegan que etarras e islamistas nos tienen declaradas sus respectivas guerras a los españoles ni, tampoco, los que confunden la paz con la negación de la existencia de riesgos y amenazas exteriores que delimitan efectivamente la aplicación de toda iniciativa política por bienintencionada que sea.

Alimentada así la enésima crisis de identidad española, hay quienes prefieren huir hacia delante y quienes prefieren encerrarse en sus torres de marfil... lo que, al cabo, es lo mismo.

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