10/29/2006

ABC, Juaristi y nuestros 'duelos y quebrantos'


Uno suele desayunar leyendo el ABC, como le enseñó de pequeñito Miguel Ángel Aguilar.
ABC, hoy, para empezar titula: Un grupo islamista asentado en Levante recluta activistas contra el régimen marroquí. Y entre otros puntos, aclara que, en Marruecos: "«Justicia y Caridad» es un movimiento no legal pero tolerado, actúa como una ONG, siguiendo los parámetros de Hamás en Palestina, ya que presta apoyo sanitario, social o escolar allí donde no llega el Estado, esto es, entre los sectores más desprotegidos, que en el país magrebí son muchos. Estas prestaciones las podría extender entre la amplia población musulmana que se ha ido asentando en España, con la pretensión de fomentar simpatías y adhesiones".
Es curioso comprobar, poco después, cómo titula ABC su noticia-comentario sobre la carta pastoral librada por el obispo de Tarazona, Demetrio Fernández, a propósito de los servicios sociales que presta la Iglesia Católica en España: La Iglesia ahorra al Estado cerca de 8.000 millones de euros, el 1% del PIB. ABC destaca la afirmación del obispo, "quien resaltó que «si la Iglesia dejara de atender todo lo que está atendiendo ahora, al Estado le saldría carísimo sustituir esta tarea. Y eso se lo ahorra»".
Cotejando dichas informaciones comentadas, servidor medita, perplejo.
***
A Dios gracias, en el mismo número de ABC se puede leer la columna dominical de Jon Juaristi, titulada hoy Réquiem que se escribe, como nada más iniciarse el texto Juaristi aclara, "Por la Biblioteca Nacional, la institución más aperreada del Estado".
Entre bromas y veras, guiños y puyas, Juaristi dice lo que piensa. En gran parte, su diagnóstico lo compartimos muchos. Discrepando no poco de sus asertos y consideraciones en otros asuntos de calado, este servidor se declara hermano de armas -literarias y, si toca, de las otras- de Jon Juaristi. Y no sólo por nuestras comunes raíces carlistas...
Sólo cabe hacer una objección a Réquiem: Juaristi no menciona para nada al también vascongado Juan Pablo Fusi Aizpurúa, director que fue de la baqueteada Biblioteca Nacional a finales de los años 80 del pasado siglo.
Tal vez, Fusi tuvo claro cómo iniciar el proceso de regeneración de una institución clave en la España, que tiene por tradicional cultura política, a derecha y a izquierda, quemar y purgar los libros y destruir o reservar los archivos: así, los papeles del Alto Estado Mayor (1940-1976), a falta de los de la Dirección General de Seguridad entre 1939 y 1945, que para 1955 habían sido convertidos en humo.
A Fusi le hicieron fracasar tirios y troyanos. Y eso lo pagamos todos los españoles. Nuestra memoria, a falta de airear como se debe encuadernaciones y legajos, sigue llena de duelos y quebrantos.

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